Tal y como lo dejamos, proseguimos: a la vuelta de vacaciones analizaremos, a partir de mañana, en 2º de Bachillerato, la música vocal en el Clasicismo. Dejaremos lo más destacado, la ópera, para el final, y comenzaremos con una obra maestra, el Réquiem de Mozart.
Es cierto que la música vocal religiosa no fue un género especialmente cultivado en el siglo XVIII, el siglo del racionalismo y la secularización progresiva de la sociedad. Mozart compuso ésta su última obra bajo la influencia de la superstición, las deudas agobiantes y una enfermedad repentina que se lo llevó prematuramente, dejando su obra inacabada. Éste es uno de los motivos por los que la pieza ha sido frecuentemente analizada, reinventada e interpretada. También se han visto en ella numerosos símbolos (el uso reiterado del trombon y del corno di bassetto), y se ha dicho frecuentemente que el compositor era consciente de su cercana muerte y que estaba seguro de componer su propia misa de difuntos. Lo cierto es que fueron Beethoven y Chopin los que "escucharon" este Réquiem como misa en sus sepelios, y no Mozart, enterrado, como sabemos, en una fosa común.
El Réquiem es una mezcla asombrosa entre lo dramático y lo sacro: en él Mozart reclama súplica, pero no usando al coro, sino modulando o cambiando la instrumentación. Actúa como músico y como hombre, confiando en ambas capacidades a la vez. Como músico recurre a modelos fugados, contrapuntísticos, barrocos (es decir, antiguos) para dar forma a diversas partes de la obra. Como hombre intenta representar la dualidad entre lo celestial (la orquesta) y lo terrenal (el hombre), de manera que en muchas partes de la obra cada sección va por su lado.
(Ilustración: Arnold Böcklin, Autorretrato con la muerte, 1872)
Una de las piezas que identifican el Réquiem es el Dies Irae, comienzo de la secuencia, debido a su fuerza dramática y a su intensidad. Se caracteriza por el uso de un coral sublime y contundente donde interactúan los instrumentos con el coro en esa dualidad arriba comentada:
Comienza el coro con las tres primeras estrofas:
Dies irae, dies illa (Día de ira, el día aquél)
solvet saeculum in favilla (en el que los siglos se convertirán en cenizas)
teste David cum Sibylla (tal y como profetizó David con la Sibila).
Es entonces cuando aparece el primer interludio instrumental donde Mozart expresa su visión dual del mundo.
Inmediatamente se reproducen las tres siguientes estrofas del texto:
Quantus tremor est futurus (cuánto terror habrá en el futuro)
quando iudex est venturus (cuando venga el Juez)
cuncta stricte discussurus! (a exigirnos rigurosamente cuentas!).
Y, de nuevo, la orquesta, que, en solitario, realiza un motivo completamente diferente.
A partir de esta tremenda intervención del coro se suceden otras, pero esta vez de las voces por separado, donde destaca el bajo, con su frase más repetida: Quantus tremor est futurus..., que alterna con la principal: Dies Irae, Dies Illa
En conjunto el Dies Irae se caracteriza por la homofonía, aunque tiene partes, sobre todo a partir del compás 40, en que reaparece el contrapunto de maestros antiguos como Fux. En cualquier caso las partes fugadas no lo son en el sentido canónico del término, sino juegos en eco entre las voces, partes sencillamente imitativas.
Una obra genial, sin duda, una homofonía compacta, y un indudable Re menor que corona la obra. La fuerza expresiva solo será superada, sin duda, por el Rex Tremendae.
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